El Octavo Hábito es la tercera dimensión de los otros siete. Es el hábito de la grandeza personal y está basado en el paradigma de la persona completa.
Este hábito reconoce que los seres humanos poseen cuatro dimensiones – cuerpo, mente, corazón y alma -, que representan las cuatro motivaciones y necesidades básicas de todos las personas: para el cuerpo, vivir, la supervivencia; para la mente, aprender, el crecimiento y la mejora; para el corazón, amar, la construcción de relaciones fuertes; para el alma, dejar un legado, el significado y la contribución.
Para encontrar nuestra propia voz debemos crecer en nuestras cuatro dimensiones, llevándolas a su manifestación más elevada: desarrollando el cuerpo lograremos disciplina, desarrollando la mente conseguiremos visión, desarrollando el corazón alcanzaremos pasión y elevando el espíritu a lo más alto obtendremos conciencia. En la intersección de nuestra disciplina, visión, pasión y conciencia se encuentra nuestra voz.
El Octavo Hábito es el resultado de vivir la llamada que nos compromete a buscar nuestra propia voz. Se trata de decidir alejarse de una existencia anodina y vivir con grandeza. Solo así podremos ayudar a otros a encontrar su voz.
Encontrar nuestra voz e inspirar a otros no es una opción, sobre todo ahora. Abandona el camino de la mediocridad, elige el camino de la mejora continua, escoge ser una gran persona. Vive conforme a las leyes universales de las relaciones humanas, respeto, compromiso, disciplina, beneficio mutuo, empatía y cooperación.
Sé proactivo y permite que tu mejor versión sea la que dé respuesta a los acontecimientos. Actúa siempre desde tu Voz.
Descubre tu grandeza
Una historia de una amiga anónima
Nos conocimos por casualidad: yo daba clases de inglés y ella había decidido mejorar sus conocimientos de ese idioma. En aquella época ella trabajaba en un banco, pero su trabajo no la satisfacía. De hecho, la asfixiaba. La única razón para continuar allí era que no deseaba preocupar a su padre, que había sido presidente de esa entidad durante muchos años y sufría un cáncer en fase terminal. Desde el primer momento conectamos muy bien. Hablábamos de todo lo divino y lo humano y, si bien éramos muy distintas, nos comprendíamos y respetábamos.
Perdimos el contacto tras el fallecimiento de su padre. Supuse que tenía muchas cosas en que pensar, muchos asuntos que resolver.
Dos años más tarde recibí una llamada suya. Se había embarcado en un nuevo proyecto que la llenaba de ilusión y necesitaba que le ayudara a traducir una documentación que le habían enviado sus nuevos socios. Después me pidió que la acompañara a una reunión que celebró con ellos para que pudiera traducirle lo que no lograra entender. Una cosa llevó a otra y pasé a trabajar con ella.
Aunque seguía siendo la misma persona que había conocido dos años antes, había cambiado muchísimo. ¡A mejor! Me decía a mí misma que se debía a que ya no se sentía tan rota, a que poco a poco iba superando el dolor por la muerte de su padre. Sin embargo, había algo más.
Creía firmemente en lo que hacía y así nos lo transmitía a quienes la rodeábamos. Estaba absolutamente convencida de que nuestra labor era esencial porque dábamos respuesta a una carencia de nuestra sociedad. Nos arrastraba a quienes la rodeábamos con su entusiasmo. ¡Imposible no contagiarse! Y esa misma pasión le ayudó a liberar su creatividad. Se dio cuenta de su enorme capacidad para diseñar objetivos, programas y actividades imaginativos al tiempo que prácticos y provechosos.
No ha sido un camino fácil. Cuando se emprende un nuevo proyecto, es preciso esforzarse y trabajar duro para que salga adelante. No siempre es sencillo encontrar personas dispuestas a aceptar determinados retos y mi amiga se ha tenido que enfrentar a grandes decepciones. Las circunstancias también se han opuesto a nuestro avance en ciertos momentos, pero ella se ha centrado en aquello que entraba dentro de su círculo de control, ha seguido el norte que le marcaba su misión y nunca ha desfallecido.
A lo largo de estos años ha sido una inspiración para mí. Comparto el sentimiento de que lo que hacemos tiene valor porque aporta a la sociedad. Me gusta muchísimo lo que hacemos, hasta el punto de que ya no es trabajo para mí: es vida. He descubierto capacidades que desconocía que tuviera y que estoy explorando y desarrollando en mi día a día. Gracias a mi amiga, yo también estoy descubriendo mi voz.
Cuestión de paradigmas
Cuando oía “encontrar tu voz”, no podía evitar pensar en Santa Teresa de Jesús entrando en éxtasis o en Mahatma Gandhi iniciando una huelga de hambre. Creía que era algo que estaba reservado para los grandes líderes de la humanidad.
Encuentra tu voz
Ahora sé que todos tenemos una voz que hemos de encontrar. Ponte a ello: le da un sentido diferente a la vida. ¡Merece la pena, en serio!
Continúa con tu desarrollo personal en casa
Los 7 Hábitos de las personas altamente efectivas
Hábito 2: Comienza con un fin en mente
Hábito 3: Pon primero lo primero
Hábito 4: Piensa en ganar-ganar